domingo

no sé

la hiperactividad

un enano con bonete

que salta

que empuja

me revolea por el suelo.

mueve mis manos.

¡basta enano!

me tira en un mar de olas frías.

sabrosas.

la sal que pica la garganta.

la arena que raspa mis piernas.

el sol tan acurrucador, tan cómodo.


me tira en un parque de brisas sonrientes.

los altos árboles se inclinan para envolverme.

el rocío fresco salpicado en mi cara.

el pasto verde verde cosquilloso.



el enano con bonete me hace tan feliz.

lunes

como si qué.
como si fuéramos seres estáticos, caminamos por la calle. seres atemporales, asensitivos, amorfos. articulados, seres artífices de la rutina artrópoda.
como si no pasara nada, todos de la misma forma, caminamos. la raya bien puesta en el gesto y los cachetes...eso sí nos diferencia, rayas más o menos pronunciadas, cachetes más o menos regordetes, sonrojados o redondos. caras de culo al fin; para qué tanta calecita: culos con cuerpo, piernas, brazos y ojos.


culos caminan como si su vida fuera rectilínea. todos rectos, como si nada. exáctamente así.
los culos son culos todo el día, y, por la noche, llegan a sus casas. ¡son culos hasta en sus casas!. siempre la misma rutina artrópoda familiar: charla precena, comida anal y a la cama.

es ahí, donde ya no puede mantener la rectilínea raya meridional, y los cachetes comienzan a moverse espásticamente, epilépticamente.

es ahí, donde el culo deja de ser culo y se encuentra con sí mismo.

es ahí, finalmente, donde el culo estalla en una pedorrea infernal, y la diarrea se dispersa por todo el cuarto. una explosión de mierda fétida.

recompuesto de la catarsis escatológica, el culo se rehace. limpia sus lágrimas de pedo pestilente, y se acuesta para levantarse al día siguiente y volver a articularse en la misma rutina artrópoda de todos los días.

martes

La tarde era gris, apoyaba los codos en la ventana. miraba, alienado de la multitud del café, los autos chapoteando los adoquines. definitamente, era un dia gris. gris ceniza, el único que conocía, no recordaba gris en ningún otro lado.
los paraguas pasaban violentos por la vereda, esquivando puestos, tachos, zapatos, perros... vaya a saber uno qué cosas hay en la calle. la gente estaba apurada: siempre corriendo, como si no supieran que el día siguiente iba a ser igual.
lentamente, se levanto de la mesa, dejó propina y corrió a la calle. fue entonces, cuando gritó:

¡ilusos!

jueves

invierno

saco sobre sueter
sueter sobre remera
remera sobre camiseta
camiseta sobre piel.
el invierno me pincha los huesos
una cebolla soy
una bola de hilo rodando por la vereda
una bola de hilo viajando en subte
en fin, una bola soy.
una bola que se sienta en un banco e intenta no dormirse
una bola que llega a su casa, y se transforma en persona


rosa, la bola hiloglodita

miércoles

el verderojo

ese fluido sin forma,
del pecho brota una planta,
las raíces flojas, recién nacidas
ese feto ermitaño que sale,
y nos rodea,
nos encanta,
nos raya de una locura hermosa, violenta.

rojo.
será por los labios sangrientos,
que muerden con ferocidad
y besan tan suavemente.

las manos envueltas,
en cuerpos sin alma,
arrancada por alegría
punzante en los músculos.



verde.
por la semilla engendrada,
en algún recoveco nebuloso,
intocable.
el alma.
sus hojas, con nervaduras escritas
en algún idioma inexplicable,
una historia con colores brillantes,
y borrosas letras.

quizás llegue a ser
ese árbol viejo,
con enormes espirales,
acariciando nubes,
amándose con el cielo.

martes

"sin embargo, antes de llegar al verso final, ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres, en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de decifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre, porque los estirpes condenados a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra."

gabriel garcía márquez, cien años de soledad.

miércoles

urbanidades

y es ahí cuando uno atraviesa la puerta,
un montón de vaho gris lo envuelve,
un pestilente olor penetrante,
pica la nariz.
y los ruidos, como de cacharros de cocina,
aturden, entre los adoquines cuadrados del camino…

Conviviendo con esta orquesta de ruidos y olores, uno comienza a danzar entre las baldosas rotas, con sus selvas de yuyos, y pozos ciegos entre ellas.
(Sin contar los preciados regalos animales)
En la esquina, algún semáforo lo detiene y encuentra el origen de aquel aroma (y de aquella melodía):
Un camión (o colectivo, puede variar el emisor), le escupe un humo de tos, y sus partes metálicas se chocan dejándolo aturdido.
Cuando despierta de ese electroshock de sentidos, el semáforo le indica que puede avanzar sobre la adoquinería, por supuesto, esquivando algún que otro mono al volante que, claro, por ser mono no tiene por qué comprender aquella señal.

Esta clase de sucesos, se repetirán cíclicamente, quizás alternándose, o no, durante todo el trayecto que deba realizar.
Y… ¡tenga cuidado con las baldosas flojas!